Hace tiempo que me obsesiona la idea de la ropa deshabitada. Veo prendas suspendidas, estiradas en el suelo o sobre una silla, vaciadas de sus cuerpos y siento algo que me recuerda a lo que escribe María Sánchez en su libro Almáciga: “Pensé y creí, una vez, que las partículas tienen memoria, que los cuerpos y las palabras de los ausentes dejan estelas y huellas en el espacio.” 

Lo que le pasa a María con el espacio y, de algún modo con las palabras, me pasa a mí con las prendas que han sido usadas. Como en una casa abandonada, en la que nos sentimos incómodos y al mismo tiempo nos atrae la idea de explorar y recorrer cada una de las estancias que conforman la vivienda. Esta vivencia tiene algo misterioso y siniestro que me obsesiona. Las prendas “deshabitadas” pueden generar imágenes poderosas y poéticas porque en ese momento la imaginación esboza la idea de alguien que pudo estar ahí dentro. Lo cotidiano se vuelve extraño y todo es posible entonces.

Cuando Datta me propuso participar en “Sola y Juntas” todavía no me había dado cuenta de que podría sentir eso con “Sola”. Un camisón de algodón antiguo, recio y pesado, cortado y confeccionado artesanalmente “a la antigua” con detalles que ya no se hacen en la actualidad.

Un habitáculo perfecto donde cabe un cuerpo. 

A continuación os enseño algunas imágenes de “Sola” durante la semana que viví en él cada noche.